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jueves, 3 de febrero de 2011

Mi hija entró en terapia

Pongamos, antes de comenzar, las cosas en su sitio, porque no es cuestión de andar desacreditando a la familia al divino botón.
No se trata exactamente de que mi hija esté loca de atar, y hasta me atrevería a afirmar que su cordura es –de lejos– superior a la de su madre, que vengo a ser yo, a su misma edad (lo que pensándolo bien, no dice nada).
Cuenta a la sazón con unos espléndidos dieciocho años y, vista desde afuera, una podría pensar que necesita un novio, para decirlo con finura, pero jamás un terapeuta. Sin embargo, como lo que se hereda no se hurta, sus rayes tiene. No exagerados, pero el progreso influye. Quiero decir que en mis épocas, cuando las mozas nos poníamos raritas las viejas apuraban el noviazgo; mientras que en la actualidad, las chicas van a terapia. En eso estamos.
Una analizada desde afuera
Al comienzo no pasa nada demasiado notable, salvo un particular silencio zen, ese silencio de los que han alcanzado la sabiduría y callan, o estan en duda y piensan. Debo reconocer que mi hija callada es un espectáculo desconcertante, pero como tiene por costumbre discutirme hasta la hora en que vino al mundo, un no sé qué de alivio se había instalado en nuestro hogar. Duró poco.
Un buen día, durante el almuerzo, con la misma inocencia de Drácula relojeando una yugular, lanzó sobre el mantel la siguiente granada: "Mamá, ¿te acordás de la pelea que tuviste con papá cuando yo tenía cuatro años?" El raviol que estaba comiendo se me incrustó en el ojo por el lado de adentro, tosí para desprenderlo y el queso rallado me salió por las orejas, rebuzné y la glándula pineal se me dilató. Es hora de aclarar, para mejor comprensión de la audiencia, que hace años que no veo a su papá y que solo lo evoco en mis pesadillas. Cabe puntualizar también que asocio mi primer matrimonio a la guerra de los Cien Años, con un toque a lo Vietnam.
¿Cómo hacer entonces para recordar "esa" pelea de los cuatro años?
Lo intento y lo intento, después de todo una quiere contribuir al rito de la terapia, pero el esfuerzo es inútil. Mi hija me observa debatirme en la amnesia, sacude la cabeza y muy despectivamente sentencia "sos una negadora". Me revuelvo indignada, negadora yo?! Tu abuela! Quisiera ser una negadora?!!!
Me miro al espejo para ver si algo en mi rostro delata semejante calamidad, pero solo encuentro mi habitual cara de vaca ruluda. En fin, que la discusión pasa pero mis genes de vaca obstinada se empecinan en el tema "tengo que recordar".
Conocen algo más deprimente que recordar las peleas que una mantuvo con un ex marido, salvo las que se mantienen con el actual? Saben la clase de úlcera a la que una se expone por intentarlo? En su tesis, tres días después tengo ojeras hasta el ombligo mientras la analizada, quien sin duda ha tomado por otros rumbos en su terapia, luce fresca como una lechuga. Aschiscorrnia maledeta!

El descabellado oficio de ser mujer
Cristina Wargon, 1994

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