Datos personales

miércoles, 5 de octubre de 2011

La poesía de amar a un zapato

Esa tarde fui con unas amigas a contar cuentos a una escuela primaria.

Primero desfiló de bocade Gimena el príncipe Policarpo, caprichoso como pocos, inflexible como ninguno.
Después contó Teresita el cumpleaños de Caperucita, un deseo que la niña de la caperuza rubí, deseaba desde hace tantísimo tiempo y por último conté el Capitán Croissant, valiente pirata francés que con una misteriosa y maloliente mezcla consiguió liberar a una sirena de sus males.

Como siempre y cada vez que los cuentos invaden el aire que rodeaba a los niños…todos cayeron rendidos a los pies de los cuentos.
Adultos y niños.
Todos.
Literalmente a los pies de los cuentos.

Escucharon sentados en el piso. Cuando terminamos tocó un timbre y salieron casi todos al patio. Casi. No todos.
Porque un nene, Neri, no salió.
Se quedó en el piso, se abrazó a mi pie, acostó su cabeza sobre mi zapato,
y así muy quieto se quedó.
Abrazado quien sabe a quién.

Porque ese pie, mi pie, era el depositario de un abrazo que Neri tenía para ofrecerle a alguien. No sé que raro destino escindía ese abrazo.
No sé que amor deshojado, abandonado, desplumado merecía y era el destinatario de ese abrazo sostenido como la degustación de un sabor que hace mucho no disfrutamos.
Sentido lenta y profundamente.
Y fui yo quien tuvo la fortuna de recibirlo.Recibi un espontáneo gesto de ternura.

Y allí me quedé con Neri, un rato largo. Inmóvil. Él abrazando mi pie. Mi pie sintiéndose abrazado por él y todo el resto de mí –que también se sentían abrazados- sentado en el piso, mirando la escena y acariciando la mejilla de Neri.
Una mejilla muy limpia. Muy rosada. Muy bien alimentada aparentemente.
Y muy sola tal vez no?
Muy necesitada de esparcir su fulgor como una tibia brisa matinal en verano.
Bien dispuesta a ofrecer – por si alguien lo requiere- un rostro; un espacio amable para quien quiera ofrecerle una caricia.

No hay comentarios:

Publicar un comentario